Mensaje de Bienvenida

¡Hola a todos!

Iniciamos esta nueva aventura acompañados de dos grandes amigas que iremos conociendo a lo largo del curso. ¿Os las presento?. Son Lengua y Literatura. Lo primero que haremos, además de aprender muchas cosas, es personificarlas.
¿ Recordáis lo que era una personificación?...

08 marzo 2011

Día de la Mujer (8 de Marzo)




¡Hola Chicos!

Hoy, día 8 de marzo, celebramos el Día de la Mujer Trabajadora.

Este año queremos homenajear a esa mujer dedicada a las tareas del hogar, a esa ama de casa silenciosa, callada y trabajadora. A esa mujer abnegada ,destinada a cocinar, limpiar, comprar, planchar, etc. y sin remunerar, sin considerar y valorar.

A esa GRAN TRABAJADORA EN SILENCIO VA NUESTRO RECONOCIMIENTO

Nos gustaría que leyeráis el relato de Rosamunde Pilcher, autora británica, que narra la grandeza de estas mujeres en su vida cotidiana. Después comentad qué os ha sugerido o qué pensáis sobre él.

Un día en casa

Después de un viaje de negocios por Europa que había abarcado cinco capitales, siete almuerzos con directores e incontables horas pasadas en salas de espera de aeropuerto, James Harner llegó a Heathrow desde Bruselas un miércoles por la tarde a principios de abril. Como era inevitable, llovía. La noche anterior no se había acostado hasta las dos de la madrugada, su gran cartera de mano pesaba como el plomo, y le parecía que se había resfriado.

Ver la lisa y afeitada cara de Roberts, el chófer de la agencia de publicidad que había ido a esperarle al aeropuerto, era la primera cosa alegre que le sucedía en todo el día. Roberts llevaba su gorra con visera, y se acercó a James para cogerle la maleta y decirle que esperaba que hubiera tenido un viaje agradable.

Fueron directos a la oficina, y James, después de echar una mirada superficial a su escritorio y entregar a su secretaria la botellita de perfume exento de impuesto que le había comprado como regalo, se encaminó por el pasillo a ver a su jefe.

—¡James! ¡Qué espléndido! Entra, amigo. ¿Cómo ha ido?

Sir Osborne Baske no sólo era el jefe de James, sino, también, un viejo y valioso amigo. Por lo tanto, las frases de cortesía eran innecesarias, y al cabo de media hora James le había contado más o menos brevemente qué había sucedido: qué empresa había demostrado interés, cuál se había mostrado reservada. Se guardó lo mejor para el final; las dos valiosas cuentas que ya estaban en el bolsillo: una empresa sueca que hacía muebles prefabricados, mercancía de calidad, pero en la categoría de precios ligeramente bajos, y una platería danesa muy antigua que se expandía con precaución por todos los países de la CEE.

Sir Osborne estuvo encantado y no podía esperar a dar la buena noticia al resto de los directores.

—El martes se reúne el consejo de administración. ¿Podrías tener para entonces un informe? El viernes, si es posible. El lunes por la mañana como muy tarde.

—Si mañana tengo un día despejado, podría tenerlo mecanografiado el viernes por la mañana, y por la tarde lo haría circular.

—Espléndido. Así pueden estudiarlo durante el fin de semana cuando no jueguen al golf. Y… —Pero hizo una pausa oportuna mientras James, sorprendido por un tremendo estornudo, buscaba su pañuelo y se sonaba—. ¿Te has resfriado, muchacho?

Parecía nervioso, como si James ya pudiera haberle infectado. No le gustaban los resfriados, no más que las cinturas grandes, los pesados almuerzos de trabajo o los ataques al corazón.

—Al parecer sí —admitió James.

—Mmm. —El presidente se quedó pensativo—. Te diré lo que haremos: ¿Por qué no te quedas un día en casa? Tienes aspecto cansado, y tendrás más oportunidad de redactar ese informe en paz sin las interminables interrupciones de aquí. Deja que Louisa te vea un poco, después de pasar tantos días fuera. ¿Qué dices a ello?

James dijo que le parecía una idea espléndida, cosa que era cierta.

—Entonces, hecho. —Sir Osborne se puso de pie, terminando la entrevista bruscamente antes de que más gérmenes pudieran ser lanzados al aire estéril de su suntuoso despacho—. Si te vas ahora, estarás en casa antes de la hora punta del tráfico. Nos veremos el viernes por la mañana. Y yo de ti cuidaría ese resfriado. Whisky y limón, caliente, antes de acostarte. No hay nada mejor.

Catorce años atrás, cuando James y Louisa se casaron, se instalaron en Londres, en un piso bajo en South Kensington, pero cuando Louisa quedó embarazada del primero de sus dos hijos, tomaron la decisión de mudarse al campo. Con algunos juegos malabares financieros lo habían conseguido, y ni por un solo momento James lo había lamentado. El largo viaje de una hora dos veces al día para ir al trabajo y regresar le parecía un escaso precio que pagar por la antigua casa de ladrillo rojo y el amplio jardín, y el simple gozo, cada tarde, de regresar a casa. El viaje, aun por carreteras llenas de tráfico, no le desanimaba. Al contrario, la hora que pasaba en coche él solo le servía para desconectar, para dejar atrás los problemas del día.

En invierno, cuando era oscuro, cruzaba la verja del jardín y veía, a través de los árboles, la luz encendida sobre la puerta principal. En primavera, el jardín estaba inundado de narcisos; en verano, quedaba el largo atardecer. Una ducha y ponerse una camisa con el cuello desabrochado y alpargatas, refrescos en la terraza bajo la florida glicina azul, y el sonido de las palomas procedente del bosque al fondo del jardín.

Los niños montaban en bicicleta en torno al césped y subían y bajaban la escalera de cuerda que colgaba de su casa en el árbol, y los fines de semana el lugar solía verse invadido por amigos, o vecinos o refugiados de Londres, que llevaban a sus familias y a sus perros, y todo el mundo holgazaneaba con los periódicos del domingo, o se dedicaba a jugar partidos amistosos de golf en el césped.

Pero el verdadero milagro era que todo esto lo lograba discretamente. James había estado en otras casas donde la mujer de la casa se pasaba el día con aspecto agobiado, siempre limpiando y ordenando, encerrándose en la cocina y apareciendo dos minutos antes de servir la comida, agotada y malhumorada. No era que Louisa no entrara nunca en la cocina, sino que la gente tenía tendencia a entrar detrás de ella, con su bebida o su labor de punto, y no les importaba cuando ella les daba judías para limpiar o les pedía que hicieran la mayonesa. Los niños entraban y salían del jardín, y ellos también se quedaban, ayudaban a desenvainar guisantes o a hacer pequeñas galletas con los recortes de pasta de la tarta de manzana.

A veces se le ocurría a James que la vida de Louisa, comparada con la suya, debía de ser muy aburrida.

—¿Qué has hecho hoy? —le preguntaba cuando llegaba a casa. Pero ella siempre respondía:

—No gran cosa.

Seguía lloviendo, y la tarde se puso muy oscura. James llegó a Henborough, la última pequeña ciudad de la carretera principal antes de torcer hacia el pueblo. El semáforo se puso rojo, y James detuvo el coche enfrente de una floristería. Dentro vio macetas con tulipanes rojos, fresias, narcisos. Se le ocurrió comprarle flores a Louisa, pero entonces el semáforo se puso verde y él se olvidó de las flores y siguió adelante con el resto del tráfico.

Todavía había luz cuando entró en el sendero entre los macizos de rododendros. Metió el coche en el garaje, apagó el motor, recogió su equipaje del maletero y entró por la puerta de la cocina. Rufus, un spaniel entrado en años, soltó un leve ladrido de aviso desde su cesta, y la esposa de James levantó la vista, sentada ante la mesa de la cocina, donde se tomaba una taza de té.

—¡Cariño!

Qué maravilloso recibir tan buena bienvenida.

—Sorpresa, sorpresa.

James dejó la maleta en el suelo y ella se levantó, se encontraron en medio de la habitación y se perdieron en un enorme abrazo. A través de su viejo jersey azul notó los frágiles huesos de sus costillas. Ella desprendía un olor delicioso.

—Llegas temprano.

—Me he escapado antes de la hora punta.

—¿Cómo está Europa?

—Sigue en su sitio. —Él la soltó—. Ocurre algo.

—¿Qué podría ocurrir?

—Dímelo. No hay bicicletas abandonadas en medio del garaje, no se oye hablar con voces muy agudas, no hay pandillas correteando por el jardín. No hay niños.

—Han ido a Hamble, a pasar la noche con Helen. —Helen era hermana de Louisa—. Ya sabías que iban a ir.

Lo sabía. Sencillamente lo había olvidado.

—Creía que probablemente los habías asesinado y enterrado en el montón de abono.

Ella frunció el ceño.

—¿Te has resfriado?

—Sí. Lo cogí en algún lugar entre Oslo y Bruselas.

—Oh, pobrecito.

—Nada de pobrecito. Eso significa que mañana no voy a ir a Londres. Voy a quedarme aquí, junto a mi esposa, a escribir mi informe de la CEE en la mesa del comedor. —La besó de nuevo—. Te he echado de menos, ¿lo sabías? Realmente te he echado de menos. Increíble. ¿Qué hay para cenar?

—Bistec.

Cada vez mejor. Se lo dijo. Abrió su cartera de mano y le entregó la botella de perfume (de un tamaño más grande que el de su secretaria), recibió su abrazo de agradecimiento y luego se fue al piso de arriba, a deshacer el equipaje, desvestirse y darse un baño caliente.

A la mañana siguiente, James despertó a un pálido sol y un maravilloso silencio quebrado sólo por el piar de los pájaros. Abrió los ojos y vio que se hallaba solo en la cama, y únicamente la almohada aplastada daba fe de la presencia de Louisa. Se dio cuenta, con cierta sorpresa, de que no podía recordar cuándo se había tomado un día libre durante la semana. Deleitándose con la ociosidad, se sintió joven, como un escolar con un inesperado día de vacaciones. Metió una mano debajo de la almohada y sacó su reloj; vio que eran las ocho y media. ¡Qué dicha! El whisky caliente con limón consumido la noche anterior había hecho efecto, y su resfriado había mejorado. James se levantó, se afeitó y se vistió, y bajó a la planta baja; encontró a su esposa en la cocina, tomando café.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó ella.

—Como si hubiera vuelto a nacer. El resfriado ha desaparecido.

Ella se acercó a la cocina.

—¿Huevos con tocino?

—Perfecto.

Cogió el periódico de la mañana. Normalmente, lo leía cuando regresaba a casa por la tarde. Había algo casi obscenamente lujoso en leerlo con tranquilidad en la mesa del desayuno de su casa. Pasó revista al mercado bursátil, el criquet, y finalmente los titulares. Louisa empezó a llenar el lavaplatos.

—¿La señora Brick no llena el lavaplatos?

La señora Brick era la esposa del fontanero del pueblo, que ayudaba a Louisa con el trabajo de la casa. Una de las cosas buenas del sábado por la mañana era que iba la señora Brick, para ir de un lado a otro tras el aspirador y llenar la casa con el buen olor de la cera para suelos.

—La señora Brick no viene los jueves. Tampoco viene los miércoles ni los lunes.

—¿Nunca lo ha hecho?

—Nunca. —Louisa le puso los huevos con tocino delante y le sirvió una gran taza de café solo—. Encenderé la calefacción en el comedor. Está helado.

Se marchó, presumiblemente a ocuparse de esto. Después, el ruido del aspirador perturbó el aire matinal. «Trabaja», parecía decir. «Trabaja, trabaja.» James captó la indirecta, recogió su cartera de mano y su calculadora y se fue al comedor. El sol de la mañana penetraba a raudales a través de las grandes ventanas. Abrió la cartera y esparció su contenido sobre la mesa. Esto, pensó, poniéndose las gafas, es vida. Nada de interrupciones, nada de teléfono.

Al instante sonó el teléfono. Él levantó la cabeza y oyó que Louisa iba a cogerlo. Largo rato después, le pareció, se oyó un simple clic cuando la conferencia terminó. El aspirador reanudó su zumbido. James volvió a su trabajo.

Después hubo un nuevo ruido que quebrantó el silencio de la mañana. De algún lugar distante venía un zumbido, que, tras considerarlo, James identificó como la lavadora. Escribió: Norte de Inglaterra. Cobertura total.

Y luego, casi seguidas, otras dos llamadas telefónicas. Louisa se ocupó de ellas, pero la cuarta vez que sonó, ella no fue a cogerlo. James trató de hacer caso omiso de los insistentes timbrazos, pero al cabo de un rato, exasperado, retiró la silla de la mesa y cruzó el vestíbulo para ir al salón.

—¿Sí?

Una tímida voz dijo:

—Ah, hola.

—¿Quién es? —preguntó James con brusquedad.

—Bueno, quizá me he equivocado de número. ¿Es ahí Henborough 384?

—Sí, aquí es. Soy James Harner.

—Quería hablar con la señora Harner.

—No sé dónde está.

—Yo soy la señorita Bell. Llamo por lo de las flores de la iglesia para el próximo domingo. La señora Harner y yo siempre nos ocupamos juntas de las flores, sabe, y he pensado que quizá no le importaría si le pedía que este domingo lo hiciera con la señora Sheepfold, y entonces yo lo haría la semana próxima con la esposa del rector. Verá, es la hija de mi hermana…

Le pareció que era hora de detener el flujo.

—Oiga, señorita Bell, si espera un momento, veré si puedo encontrar a Louisa. No cuelgue. Tardaré un minuto.

Dejó el receptor y salió al vestíbulo.

—¡Louisa! —No recibió respuesta. Entró en la cocina—. ¡Louisa!

Un débil grito le llegó desde detrás de la puerta trasera. Salió y vio a su esposa en el patio trasero, tendiendo lo que parecía la ropa de una lavandería china.

—¿Qué ocurre?

—La señorita Bell está al teléfono —dijo él. Entonces, cambiando de tema, sonrió—: Dígame, señora Harner, ¿cómo es que tiene su colada tan blanca?

Louisa le siguió la corriente.

—Oh, utilizo «Sploosh» —respondió con la débilmente lastimosa voz de la mujer del anuncio que aparecía en la televisión—. Incluso los paños menores de mi esposo quedan resplandecientes, y todo huele a fresco. ¿Qué quiere la señorita Bell?

—Algo referente a la hija de su hermana y a la esposa del vicario. Ese teléfono no ha dejado de sonar en toda la mañana.

—Lo siento.

—En absoluto. Pero estoy muerto de curiosidad por saber por qué eres tan popular.

—Bueno, la primera llamada ha sido de Helen, para decir que los niños seguían vivos. Y luego ha sido el veterinario para decir que a Rufus le toca otra inyección. Y después ha llamado Elizabeth Thompson, que quiere que vayamos a cenar el próximo martes. ¿Le has dicho a la señorita Bell que la telefonearía?

—No, le he dicho que esperara. Está esperando.

—Oh, James. —Louisa se secó las manos en el delantal—. ¿Por qué no me lo has dicho?

Louisa entró en casa. James intentó tender un calcetín o dos, pero era un trabajo aburrido y complicado, así que lo dejó y volvió a su improvisado escritorio.

Escribió otro encabezamiento y lo subrayó en rojo. Eran casi las diez y media, y se preguntó si Louisa se acordaría de llevarle una taza de café.

A mediodía, no pasó por alto la necesidad de tomar algo. James dejó la pluma, se quitó las gafas y se recostó en la silla. Todo estaba en silencio. Se puso de pie, salió al vestíbulo, y se quedó al pie de la escalera aguzando el oído, como un perro esperando salir a pasear.

—¡Louisa!

—Estoy aquí.

—¿Dónde es aquí?

—En el cuarto de baño de los niños.

James subió para ir a su encuentro. La puerta del cuarto de baño de los niños estaba cerrada, y cuando él la abrió, la voz de Louisa le advirtió:

—Ve con cuidado.

Eso hizo, asomando la cabeza con precaución por el borde de la puerta. Había trapos de limpiar el polvo en el suelo y la escalera de tijera estaba abierta, y encaramada en lo alto se encontraba su esposa, pintando la galería de madera que había en la parte superior de la ventana. La ventana estaba abierta, pero aun así el olor a pintura era muy fuerte. También hacía muchísimo frío.

James sintió un escalofrío.

—¿Qué demonios haces?

—Pinto la galería.

—Ya lo veo. Pero, ¿por qué? ¿No estaba bien?

—Nunca la habías visto porque estaba tapada con una especie de volante con borlas.

Él recordó aquella especie de volante. Preguntó:

—¿Qué le ha pasado?

—Bueno, como los niños están fuera, he decidido que era buen momento para lavar las cortinas del cuarto de baño, y eso he hecho, y también he lavado la galería, pero tenía una especie de forro y se ha puesto todo pegajoso, y todas las borlas han empezado a caer, así que las he tirado a la basura y ahora estoy pintando la galería para que haga juego con el resto de pintura y así no se verá.

James pensó en ello y dijo:

—Entiendo.

—¿Querías algo?

Era evidente que quería proseguir con la tarea.

—No, realmente no. Sólo que he pensado que me iría bien una taza de café.

—Oh, lo siento. No se me ha ocurrido. Nunca me hago café para mí si no está la señora Brick.

—Ah, bueno. No importa. De todos modos —añadió esperanzado—, pronto será la hora de almorzar.

Empezaba a tener hambre. Volvió a su informe, cogiendo una manzana del frutero del aparador. Volvió a instalarse, y esperó que el almuerzo fuera algo caliente y sustancioso.

Pronto oyó que Louisa bajaba la escalera, con precaución, lo que significaba que llevaba la escalera de tijera y la lata de pintura, lo cual, a su vez, significaba que había terminado de pintar la galería. Oyó que se abrían y cerraban cajones en la cocina, tintineo de platos, el zumbido de una batidora. Después un delicioso olor se filtró hasta donde trabajaba James: cebolla frita, pimientos verdes, suficiente para que los jugos gástricos de cualquier hombre se pusieran en marcha. Terminó su párrafo, trazó otra línea, y decidió que se había ganado un trago.

En la cocina, se puso detrás de Louisa cuando ésta permanecía ante el fogón, le rodeó la cintura con los brazos y atisbo por encima de su hombro el delicioso guiso que ella removía.

James dijo:

—Parece que hay mucho para dos personas.

—¿Quién dice que es para dos personas? Es para veinte.

—¿Quieres decir que esperamos a dieciocho invitados a almorzar?

—No, quiero decir que vamos a tener veinte invitados el domingo del fin de semana que viene no, el otro.

—Pero lo cocinas ahora.

—Sí, lo sé. Es musaca. Y cuando termine, la meteré en el congelador, y luego, la víspera de la fiesta, lo sacaré y ya está.

—¿Pero qué vamos a comer hoy para almorzar?

—Puedes comer lo que quieras. Sopa. Pan. Queso. Un huevo duro.

—¿Un huevo duro?

—¿Qué esperabas?

—Cordero asado. Costillas. Tarta de manzana.

—James, nunca tomamos almuerzos tan copiosos.

—Sí lo hacemos. Los fines de semana.

—Los fines de semana son diferentes. Los fines de semana tomamos huevos revueltos para cenar. Los días laborables es al revés.

—¿Por qué?

—Para que puedas tomar una buena comida por la noche cuando vienes cansado de la oficina. Por eso.

Fue tajante. James suspiró y la observó poner especias en la musaca. Sal, pimienta, un pellizco de hierbas mezcladas. Sus jugos gástricos volvieron a ponerse en marcha. Preguntó:

—¿No podría tomar un poquito de eso para almorzar?

Louisa respondió:

—No.

Él pensó que era muy mezquina. Para animarse, sacó hielo del frigorífico y se sirvió un reconfortante gintónic. Con el vaso en la mano se dirigió al salón, con la intención de sentarse junto al fuego y terminar de leer el periódico de la mañana hasta que el almuerzo estuviera preparado.

Pero en el salón la chimenea no estaba encendida y el ambiente estaba frío y sombrío.

—¡Louisa!

—¿Sí?

¿Era su imaginación, o estaba empezando ella a parecer un poquitín impaciente?

—¿Quieres que te encienda la chimenea?

—Bueno, si quieres hazlo, pero, ¿no es una pena que se desperdicie si ninguno de los dos vamos a estar allí?

—¿No vendrás a sentarte aquí esta tarde?

—Creo que no —dijo Louisa.

—¿A qué hora sueles encenderla?

—Normalmente hacia las cinco. —Volvió a decirle—: Puedes encenderla si quieres.

Pero, perversamente, no lo hizo. Le resultaba una especie de placer masoquista acomodarse en un sillón y leer el editorial del periódico.

Al final, el almuerzo resultó mejor de lo que él había temido. Una rica sopa de verduras, crujiente pan moreno, mantequilla de granja, un poco de queso Stilton, una taza de café. Encendió un puro pequeño, sólo para redondear el almuerzo.

—¿Cómo te va? —preguntó Louisa.

—¿Cómo me va qué?

—El informe.

—Tengo hechas unas dos terceras partes.

—Qué inteligente eres. Bueno, te dejaré tranquilo, y así podrás proseguir sin interrupciones.

—¿Dejarme? ¿Por quién vas a dejarme? Dime el nombre de tu amante.

—No tengo ningún amante, pero tengo que sacar a pasear a Rufus, así que iremos a visitar al carnicero y recogeré el cordero que me prometió.

—¿Cuándo vamos a comer cordero? ¿En Navidad?

—No, esta noche. Pero si vas a mostrarte sarcástico, puedo meterlo en el congelador hasta que te sientas mejor dispuesto.

—No te atrevas. ¿Qué más vamos a tomar?

—Patatas nuevas y guisantes congelados. ¿Nunca piensas en nada más que en comida?

—A veces pienso en bebidas.

—Eres un glotón.

—Soy un gurmet. —Le dio un beso. Se quedó pensativo y dijo—: Me resulta extraño besarte durante las comidas. No te beso a menudo en la mesa.

—Es porque no tenemos a los niños —dijo Louisa.

—Hagámoslo más veces. Deshacernos de ellos, quiero decir. Si tu hermana Helen no puede tenerlos, los meteremos en la perrera.

Aquella tarde, sin Louisa, sin el perro, sin niños, invitados ni ninguna clase de actividad, la casa se hallaba completamente muerta. El silencio era atronador, desconcertante como un sonido continuo e inexplicado. Desde donde trabajaba, James oía el sordo tictac del reloj del vestíbulo. Pensó que así era para Louisa casi siempre, al estar él en Londres y los niños en la escuela. No era extraño que le hablara al perro.

Cuando por fin ella regresó, el alivio fue tan grande que tuvo que contenerse para no ir a saludarla. Quizás ella lo percibió, pues unos instantes después asomó la cabeza por la puerta y le llamó. Él hizo ver que le había pillado desprevenido.

—¿Qué ocurre?

—Si quieres algo, estaré en el jardín.

James había esperado que iría a encender la chimenea y se sentaría junto al fuego, haciendo tapiz y esperando a que él se reuniera con ella. Se sintió decepcionado.

—¿Para qué vas al jardín?

—Voy a arreglar el macizo de rosas. Es el primer día que tengo ocasión de hacerlo. Pero si viene alguien en una camioneta y llama a la puerta, ¿podrías ir a abrir o decírmelo?

—¿Esperas compañía?

—El cuñado de la señora Brick dijo que vendría esta tarde si podía.

El cuñado de la señora Brick era desconocido para James.

—¿Qué pretendes hacer con él?

—Bueno, tiene una sierra de cadena. —James miró a Louisa, absolutamente confuso, y ella se impacientó—. Oh, James, te lo dije. Una de las hayas del bosque ha caído, y el granjero dijo que podía utilizar las ramas rotas para hacer leña, si conseguía que alguien me las cortara. Así que la señora Brick me dijo que vendría su cuñado. Te lo dije. El problema es que nunca escuchas nada de lo que digo, y si escuchas, no lo oyes.

—Haces unos ruidos como una esposa —le dijo James.

—Bueno, ¿qué esperas? De todos modos, mantén los oídos abiertos por mí. Sería exasperante que viniera y se marchara, creyendo que no había nadie en casa.

James estuvo de acuerdo en que sería exasperante. Louisa cerró la puerta y se marchó. Un poco más tarde, la vio con botas de goma, metida entre los rosales. Rufus estaba sentado junto a la carretilla y la miraba. Estúpido perro, pensó James. Al menos podría ayudar.

El informe le reclamaba una vez más. No podía recordar nada que le hubiera llevado tanto tiempo terminar. Pero al fin se embarcó en el resumen final, y estaba luchando por encontrar una frase particularmente redonda cuando su paz se vio turbada por el rechinante ruido de alguna antigua pieza de maquinaria que se acercaba. Entró en el sendero y se detuvo en la parte trasera de la casa, donde siguió vibrando mientras el conductor —que, era evidente, no quería arriesgarse a parar el motor hasta estar seguro de que iba a quedarse— llamó al timbre de la puerta trasera.

La frase redonda se perdió para siempre. James se levantó y fue a responder a la llamada. En el umbral de la puerta se encontró cara a cara con un hombre alto y guapo, con el cabello cano y la cara rubicunda, vestido con pantalones de pana y una chaqueta de tweed. Detrás de él, zumbando y vibrando, y emitiendo nubes de gases nocivos, se hallaba un desvencijado camión azul, generosamente recubierto de barro y estiércol.

El hombre poseía unos ojos azules excepcionalmente brillantes e imperturbables.

—¿La señora Harner?

—No, no soy la señora Harner. Soy el señor Harner.

—Es a la señora Harner a quien busco.

—¿Es usted el cuñado de la señora Brick?

—Eso es. Me llamó Redmay. Josh Redmay.

James se sentía desconcertado. No tenía aspecto de ser pariente de la señora Brick. Más bien, con sus ojos azules y su actitud de alcázar, se asemejaba a un almirante retirado, y, además, no acostumbrado a tratar con los marineros de la cubierta inferior.

—La señora Harner está en la parte delantera de la casa, en el jardín. Si quiere…

—He traído la sierra de cadena. —El señor Redmay no tenía tiempo para trivialidades—. ¿Dónde está el árbol?

Habría sido espléndido decirle: «Dos grados Oeste de Sudoeste.» Pero James sólo pudo decir:

—No estoy muy seguro, pero mi esposa le acompañará.

El señor Redmay lanzó a James una larga mirada escrutadora y James, cuadrándose de hombros y levantando la barbilla, consiguió poner la suya a la misma altura. Entonces el señor Redmay giró sobre sus talones, volvió a su vehículo manchado de barro, entró en la cabina y paró el motor. Se hizo un silencio y el camión dejó de vibrar, pero el olor a tubo de escape permaneció, dolorosamente evidente. De la parte trasera sacó la sierra de cadena y una lata de gasolina. Al ver la hoja, la mandíbula de un tiburón llena de dientes, James sintió cierta aprensión, visitado por imágenes de pesadilla de Louisa sin dedos.

—Señor Redmay…

El cuñado de la señora Brick se volvió. James se sentía como un tonto pero no le importó.

—No deje que mi esposa se acerque demasiado a eso, por favor.

La expresión del señor Redmay no cambió. Movió la cabeza en dirección a James, se colgó la sierra de cadena al hombro y desapareció tras la esquina de la casa. Al menos, pensó James volviendo a entrar, no me ha escupido.

A las cinco menos cuarto el informe estaba terminado. Leído y releído, corregido, puesto en orden y grapado. Con cierta satisfacción, James lo metió en su cartera de mano y la cerró de golpe. Mañana por la mañana su secretaria lo pasaría a máquina. Por la tarde, habría una copia en la bandeja de entradas de todos los directores de la empresa.

Estaba cansado. Se desperezó y bostezó. En el otro extremo del jardín la sierra de cadena seguía gimiendo. Se levantó y fue al salón, cogió la caja de cerillas de la repisa de la chimenea y encendió el fuego; luego fue a la cocina, llenó una tetera y puso el agua a hervir. Vio la cesta de la ropa limpia sobre la mesa, ropa que esperaba a ser planchada. Vio el bol de patatas peladas, y sobre la cocina, una cacerola hervía a fuego lento; cuando levantó la tapa, le inundó la fragancia de una sopa de espárragos. Su favorita.

La tetera hervía. Preparó té, encontró tazas, una botella de leche, un paquete de terrones de azúcar. Rebuscó entre las latas de pasteles y encontró un pastel de frutas enorme. Cortó tres considerables rodajas, y luego lo colocó todo en una bandeja, se puso una vieja chaqueta y salió de la casa.

La media tarde era tranquila y apacible, el aire húmedo olía a fresco, a tierra y a cosas que crecían. James cruzó el césped, el prado y la valla para penetrar en el bosque. El grito de la sierra se hizo más fuerte y encontró a Louisa y al señor Redmay sin dificultad. El señor Redmay había construido un improvisado caballete con un tocón de árbol, y los dos trabajaban juntos: el señor Redmay manejaba la sierra y Louisa le iba dando ramas, para ser convertidas, en cuestión de segundos, en montones de leña. El aire estaba lleno del aroma del serrín.

James pensó que parecían muy ocupados y amistosos, y sintió una pequeña punzada de celos. Quizá cuando se retirara del mundo de la publicidad él y Louisa pasarían sus años crepusculares juntos, cortando leña.

Louisa levantó la mirada y le vio acercarse. Habló al señor Redmay, y al cabo de un instante la sierra fue desenchufada, muñéndose el grito de su hoja. El señor Redmay se irguió y se volvió para mirar a James.

Éste se acercó con la bandeja, sintiéndose como si fuera la esposa del granjero. Dijo:

—Me ha parecido que era hora de que todos tomáramos una taza de té.

Era muy agradable, estar sentado en el bosque al atardecer, tomando té y comiendo pastel de frutas, y escuchando a las palomas que volaban. Louisa parecía cansada, pero se apoyó en el hombro de James y dijo con gran satisfacción:

—Míralo. ¿Habrías creído que podíamos sacar tanta leña sólo de unas ramas?

—¿Cómo vamos a llevarla a casa? —preguntó James.

—Lo he arreglado con su señora —dijo el señor Redmay, chupando de su cigarrillo—. Pediré prestado un tractor y un remolque al granjero y lo cargaremos en él. Quizá mañana. Ahora está oscureciendo. Será mejor que demos el día por acabado.

Recogieron los utensilios del té y se encaminaron a la casa. Cuando llegaron a ella, Louisa subió a darse un baño, pero James invitó al señor Redmay a entrar y tomar una copa; el señor Redmay aceptó al instante, y se sentaron junto al fuego del salón. Cada uno se tomó un par de whiskies, y cuando el señor Redmay se marchó a su casa, eran los mejores amigos.

—Si no le importa que se lo diga —dijo el señor Redmay—, su esposa es una entre un millón. —Subió a la cabina de su camión y cerró la puerta—. Si alguna vez quiere deshacerse de ella, hágamelo saber. Siempre puedo encontrar un trabajo para un buen trabajador.

Pero James dijo que no quería deshacerse de ella. Todavía no.

Cuando el señor Redmay se hubo marchado, James entró en casa y subió al piso de arriba; Louisa había salido de la bañera y se había puesto la bata azul de terciopelo con el cinturón atado a su estrecha cintura. Se estaba cepillando el pelo. Dijo:

—No te he preguntado por el informe. ¿Está hecho?

—Sí. Terminado. —Se sentó en el borde de la cama y se aflojó la corbata. Louisa se puso un poco de perfume y se acercó a él para besarle en la coronilla—. Cuánto has trabajado —le dijo; salió de la habitación y bajó la escalera.

Él permaneció un momento allí sentado; luego, terminó de desvestirse y se dio un baño. Cuando bajó, ella había quitado la cesta de ropa limpia, pero James pudo oler la fragancia de la ropa recién planchada. Cuando pasó por delante del comedor, vio a Louisa poner la mesa. Se detuvo para observarla. Ella levantó la mirada, le vio allí y le preguntó:

—¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?

—Debes de estar cansada.

—No especialmente.

Él dijo, como decía cada noche:

—¿Quieres una copa?

Y Louisa respondió, como hacía cada noche:

—Me apetecería una copa de jerez.

Volvían a su rutina habitual.

Nada había cambiado. A la mañana siguiente, James fue a Londres, pasó el día en la oficina, almorzó en un pub con uno de los jóvenes redactores publicitarios y regresó —en el sólido río de tráfico habitual— al campo, al atardecer. Pero no fue directo a casa. Detuvo el coche en Henborough, bajó y entró en la floristería, donde compró a Louisa un gran ramo de frágiles junquillos amarillos, tulipanes rosa pálido, lirios azul violeta. La vendedora lo envolvió en papel de seda, y James pagó, se lo llevó a casa y se lo dio a Louisa.

—James… —Parecía asombrada. Él no tenía costumbre de llevarle ramos de flores—. Oh, son muy bonitas. —Hundió el rostro en las flores, aspirando el perfume de los junquillos. Luego levantó la cabeza—. Pero, ¿por qué…?

«Porque eres mi esposa. La madre de mis hijos, el corazón de mi casa. Eres el pastel de fruta en la despensa, las camisas limpias en el cajón, la leña en la cesta, las rosas en el jardín. Eres las flores de la iglesia y el olor a pintura del cuarto de baño, y la niña de los ojos del señor Redmay. Y te quiero.»

Dijo:

—Por ninguna razón en particular.

Ella se puso de puntillas para besarle.

—¿Cómo te ha ido el día?

—Bien —dijo James—. ¿Y a ti? ¿Qué has hecho?

—Oh —respondió Louisa—. No gran cosa.

Rosamunde Pilcher, Alcoba azul y otros historias.

Lengua y Literatura os recomiendan una película que trata sobre el esfuerzo y trabajo que han realizado muchas mujeres para que la Mujer piense y actúe por sí misma. La película se titula: La sonrisa de Mona Lisa, protagonizada por Julia Roberts

No os perdáis estos fragmentos de la película






12 comentarios :

  1. Anónimo9/3/11 21:59

    Coral muy bonito el texto, pero muy largo. Esa pelicula es muy buena y lo representan todo como en la vida misma.

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  2. Este texto es precioso Coral

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  3. Yo voy a poner por qué se celebra el día de la mujer(8 de marzo):

    ¿Por qué se celebra el Dia de la Mujer el 8 de Marzo?

    El ocho de Marzo de 1.908 las 129 trabajadoras de la empresa textil Cotton de Nueva York se declararon en huelga y se encerraron en la fábrica. Exigían una jornada laboral de diez horas y un salario igual al de los hombres. El dueño incendió la fábrica y las 129 mujeres que la ocupaban murieron.

    Dos años más tarde, la Segunda Conferencia de Mujeres Socialistas declaró el 8 de marzo Día Internacional de la Mujer Trabajadora, en recuerdo de las compañeras muertas en Nueva York.

    Este día ha de servir para reflexionar sobre cuál es la situación de la mujer en nuestra sociedad, para aumentar la solidaridad y la unión entre las mujeres, y también, para celebrar el hecho de ser mujer.

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  4. Esos videos son preciosos!! la pelicula es como la vida misma

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  5. La película es preciosa incluso el doble del texto que has puesto os aconsejo que la veáis.

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  6. Ana vídeos lleva tilde y película también tener cuidado con esas faltas.

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  7. Mario Benavente Reig17/3/11 20:50

    La historia es preciosa sobretodo la ultima parte ,pon más como esta pero un poco más corta

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  8. Para cuando Dios hizo a la mujer, ya estaba en su sexto día de trabajo de horas extras.
    Un ángel apareció y le dijo: “Por qué pones tanto tiempo en esta?” Y El Señor contestó: “Has visto mi Hoja de Especificaciones para ella?” Debe ser completamente lavable, pero no ser de plástico, tener más de 200 piezas movibles, todas reponibles y ser capaz de funcionar con una dieta de cualquier cosa y sobras, tener un regazo que pueda acomodar cuatro niños al mismo tiempo, tener un beso que pueda curar desde una rodilla raspada hasta un corazón roto y lo hará todo con solamente dos manos.” El ángel se maravilló de los requisitos. “Solamente dos manos.... Imposible! “ Y este es solamente el modelo estándar? Es demasiado trabajo para un día...Espera hasta mañana para terminarla.” No lo haré, protestó el Señor. Estoy tan cerca de terminar esta creación que es favorita de Mi propio corazón. Ella ya se cura sola cuando está enferma Y puede trabajar días de 18 horas.” El ángel se acercó más y tocó a la mujer. “Pero la has hecho tan suave, Señor “Es suave”, dijo Dios, pero la he hecho también fuerte. No tienes idea de lo que puede aguantar o lograr.

    “Será capaz de pensar?” preguntó el ángel. Dios contestó: “No solamente será capaz de pensar sino que razonar y de negociar” El ángel entonces notó algo y alargando la mano tocó la mejilla de la mujer....”Señor, parece que este modelo tiene una fuga... te dije que estabas tratando de poner demasiadas cosas en ella” “Eso no es ninguna fuga... es una lágrima” lo corrigió El Señor. “Para qué es la lágrima,” preguntó el ángel. Y Dios dijo:

    “Las lágrimas son su manera de expresar su dicha, su pena, su desengaño, su amor, su soledad, su sufrimiento, y su orgullo.” Esto impresionó mucho al ángel “Eres un genio, Señor, pensaste en todo. La mujer es verdaderamente maravillosa” Lo es ! La mujer tiene fuerzas que maravillan a los hombres. Aguantan dificultades, llevan grandes cargas, pero tienen felicidad, amor y dicha. Sonríen cuando quieren gritar.Cantan cuando quieren llorar. Lloran cuando están felices y ríen cuando están nerviosas. Luchan por lo que creen. Se enfrentan a la injusticia. No aceptan “no” por respuesta cuando ellas creen que hay una solución mejor. Se privan para que su familia pueda tener. Van al médico con una amiga que tiene miedo de ir. Aman incondicionalmente. Lloran cuando sus hijos triunfan y se alegran cuando sus amistades consiguen premios. Son felices cuando escuchan sobre un nacimiento o una boda. Su corazón se rompe cu ando muere una amiga. Sufren con la pérdida de un ser querido, sin embargo son fuertes cuando piensan que ya no hay más fuerza. Saben que un beso y un abrazo pueden ayudar a curar un corazón roto. La mujer viene en todos tamaños, en todos colores y en todas figuras. Van a manejar, volar, caminar, correr o mandarte un mensaje electrónico para mostrarte cuanto le importas. El corazón de las mujeres es lo que mantiene moviéndose al mundo.

    Sin embargo, hay un defecto en la mujer: Es que se le olvida cuánto vale.

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  9. ¡Precioso este último comentario¡
    Una visión de la Mujer sencillamente conmoderora.
    ¡Gracias a esta persona anónima¡

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  10. Fátima Iruela Campos(1ºB)8/4/11 11:20

    Coral este texto es precioso,muy bonito el marido no se dio cuenta de que la mujer era la que hacia todas las tareas de la casa y el no ayudaba nada.

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  11. María del mar 1ºB8/4/11 11:24

    Coral te voy a comentar en esta entrada, la más reciente, me ha encantado y el cuento y la película también os aconsejo que la veáis.Bueno Coral está entrada me ha encantado porque muestra lo que hace una mujer día a día, y también, se le debería de pagar porque no se valora lo que ella hace, porque ella amente hace todo como por ejemplo:lava los platos, limpia la casa, hace la comida....
    ¡ME HA ENCANTADO LA ENTRADA!

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  12. Jorge Orellana Lorenzo8/4/11 11:32

    Coral el texto y los videos son muy bonitos.

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