Mensaje de Bienvenida

¡Hola a todos!

Iniciamos esta nueva aventura acompañados de dos grandes amigas que iremos conociendo a lo largo del curso. ¿Os las presento?. Son Lengua y Literatura. Lo primero que haremos, además de aprender muchas cosas, es personificarlas.
¿ Recordáis lo que era una personificación?...

20 julio 2011

Noticias de nuestras amigas Lengua y Literatura




¡Hola Chicos!

Lengua y Literatura me han escrito desde sus lugares de descanso.








Quieren saber cómo van vuestras vacaciones. Me comentan que os echan de menos...


Si queréis, podéis escribirles también ¿Qué os parece?. Sé que ellas esperan vuestras cartas para que les contéis todo.

Me han enviado una dirección para aquellos que no han superado los contenidos del curso y tienen que dedicar un tiempo a la materia.
Hay variedad de contenidos y actividades. Podréis acceder a través de : Repaso
Me comentan que con un poquito de esfuerzo y buena actitud lo podréis conseguir en Septiembre. Nada de enfados, pues aquellos que no han superado la materia saben que no han trabajado lo suficiente.
Así que ¡Mucho ánimo!

¡Hasta pronto!

19 julio 2011

¿Cómo lleváis vuestras vacaciones?




¡Hola Chicos!

Espero que estéis teniendo un verano agradable en la playa, piscina, montaña, viajes culturales... o, simplemente, en vuestros pueblos o ciudades tomando
refrescantes bebidas en las terrazas, charlando con vuestros familiares y amigos, tomando gazpacho, pinchos, ensaladas o helados y granizadas...


Disfrutad todo lo que podáis, pues esos momentos son los que hacen la vida agradable y sencilla, y en eso... está la felicidad.

¡Un abrazo a todos¡






08 julio 2011

Lectura. El final de "Pacto"


Aquí os dejamos los capítulos que quedan de "PACTO".
Cuando lo terminéis poned vuestra opinión.

¡Felices vacaciones!




X. Primera cita
A la semana siguiente del accidente, el viernes por la tarde, habían quedado Gabriel y María para ir al cine. Una cita por decantación. Tantas veces estuvieron a punto de hacerlo… En otras ocasiones salieron juntos, pero con más compañeros: cumpleaños, visitas a la biblioteca, compras para proyectos en grupo del instituto, baños de pandilla en la playa... Situaciones corrientes de edades infantiles y adoslescentes. Ahora, había cambiado todo. Cada vez pesaba más el sentimiento entre ellos que lo que tenían que hacer. Se estremecían cuando estaban cerca y olvidaban todo lo demás. Estaban experimentando el enamoramiento. Esa sensación tan encantadora y embaucadora que casi nunca es perenne. Que cuando lo es, se convierte en verdadero amor. Un estado que hace flotar, que te transporta a una región de susceptibilidad arrebatadora. Una hipnosis dirigida por el grado de aceptación de la pareja: si eres correspondido, te hacen el ser más feliz, pero si no lo eres, el más desgraciado. Estos humanos, estomagantes y espernibles, buscan el amor como el culmen de las relaciones e imitan a la esencia de su Todopoderoso, pero no les basta con el trato filial y de amistad. Al final, lo más ruin, la parte física del hombre y la mujer se impone: ¿dónde está la pureza?
—Me he adelantado un poco para sacar las entradas. No me gusta que me den butacas cercanas a la pantalla.
—Toma, cóbrate Gabriel.
—No, yo te invito. Así, otro fin de semana te toca a ti.
—Vale, de acuerdo. Me parece bien lo de la compensación. ¿Entonces tú no me invitarías si yo no te pago otro día el cine? Vaya caballero.
—Eso tiene defender con tanto ahínco la postura feminista. ¿Te acuerdas ayer en clase la que armaste?
—Y la volvería a armar. ¿A ti te parece bonito que los puestos importantes estén ocupados por hombres en más de un noventa por ciento y que cobren más en igualdad de desempeños? ¡Eso es machismo y ya está!
—Sabes que estoy a favor de lo que dices. Pero todo tiene una explicación. El desarrollo de la sociedad es ése y creo que va cambiando poco a poco. Hubo otras culturas que eran matriarcales y, seguramente, habría hombres que tenían tu mismo discurso en la boca, con las diferencias de cada época.
—Sí, pero para mover las estructuras hay que luchar, no es suficiente quejarse o, aún peor, resignarse.
—Te veo en grandes carteles: ¡Vote a María Sánchez! La desigualdad tiene sus días contados.
—Creía que ibas a decir en cartelera, protagonizando un film con un actor muy guapo que me tratase como a una reina y que me amara de verdad: como mujer y persona.
—Hasta para el amor incorporas lo de persona. ¿No crees que si te ama, simplemente te ama y ya está?
—Depende de cómo lo mires. Estamos hablando de reivindicaciones sociales y de amor de pareja; que sí, que son dos cuestiones distintas.
—¿Te digo una cosa?
—¿Qué?
—Que me gustaría ser ese galán de tu película. Que llevo unos días pensando en ti continuamente. Desde que fui a tu casa para ver a tu madre, me encuentro perdido por ti. No sé cómo no me he dado cuenta antes. Nos conocemos desde sexto, en San José, con don Valeriano; ¿te acuerdas? Llevamos casi cuatro años juntos y…
—Para, para. No eres tú el único que experimenta sensaciones raras. Yo también te percibo distinto. Me sobresalto y me veo como una esquizofrénica que te contempla de dos formas: una, el Gabriel de toda la vida, y otra, ése del que creo que tú me estás hablando.
—No tenía que haber comprado los billetes. Mira, la cola ya ha entrado.
—Quién sabe. A lo peor no hubiéramos mantenido esta conversación. ¡Galán de mi vida!
—Te lo tomas a guasa, pero llevas toda la razón. No es fácil decir lo que se siente y, además, estoy sudando, y nervioso como un rabo de lagartija.
—Entremos dentro y veamos la película, que creo que es buena.
La relación se había iniciado. Sin decir más, ambos comprendían estar hechos el uno para el otro. Nada ni nadie se interpondría en su camino. Se dejarían la piel por defender su amor: eso tan fascinante que mueve el mundo. Ese vínculo invisible, que dicen, que genera la vida. ¡Menudos pedantes vanidosos!
En ese intervalo continuo amor-odio que esquematiza en esencia la gran batalla de la creación: el Bien y el Mal, ¿será realmente posible que haya un absoluto triunfador? ¿Que no quede ningún ápice del adversario para que resurja de sus cenizas? ¿Que resulte totalmente devastado, aniquilado y muerto? No lo sé. Hasta ahora, siempre que se inclina la balanza con claridad a un lado surge una fuerza contraria que lo contrarresta. Quizá sea el sino eterno: ni vencedor ni vencido, y lo del Apocalipsis una contra-propaganda más. No lo sé; al menos quisiera saber que no soy un títere, una sombra o un simple espantajo que entretiene a su Divinidad.

XI. El miembro nº 13
Se dan situaciones rocambolescas que la casualidad te pone a los pies. Viendo que pasaban los días y que Rebeca estaba mejor físicamente, tanto el padre como María, e incluso Pedro, deseaban que ocurriera del mismo modo en el campo afectivo. Pero observaban que no era la misma, que no los recibía con alegría, que no manifestaba ningún sentimiento, que no se hacía cargo de nada… Resultaba una autómata que gozaba de buena salud. Ese tiempo prudente de espera había pasado y el aspecto psíquico era un desastre. Por apuro, no hablaban del asunto entre ellos, hasta que un día, Pedro le dijo a María:
—Mamá no nos quiere.
—¡Cómo dices eso! Lo que pasa es que todavía tiene secuelas del accidente.
—No, María. No me dice nunca nada. No me da besos de buenas noches, ni para ir al colegio, ni...
—Vale. Hablaré esta tarde con papá; a ver qué dice. Pero tú no pienses tonterías. Ven —abrazó al hermano y le dio un puñado de besos.
María sabía que su hermano tenía razón. No era normal el comportamiento de su madre. Se quedó sollozando y no se atrevió a subir para hablar con ella. Algo en su interior le avisaba de que con su madre las cosas habían cambiado, y se preguntaba con temor e insistencia si la situación tendría arreglo. Con lo feliz que estaba de su cita con Gabriel y la mala suerte de soportar este dramón en casa. Nunca es perfecta la dicha.
Cuando llegó Hugo a casa, esperó a que se fuese al despacho para entrar y hablar con él, a solas.
—Papá, quiero decirte... ¡Mamá no está bien! Tú lo sabes como nosotros. Lo que deseo saber es si se va a curar o te han dicho algo más en el hospital —le decía con un ánimo que decaía paulatinamente hasta que desencadenó en llanto.
—Cariño, no llores. A ver, debemos dar más tiempo. Yo sé lo mismo que tú. Sí es cierto que mamá no está como antes. Quizá algún golpe en la cabeza que haya pasado desapercibido a los médicos, algo…
Él sabía con seguridad que el cambio de Rebeca provenía del país de los muertos, era un regalo del Diablo; a menudo, estos envíos presentan taras y dificultades, lamentablemente, en su caso, su pacto había facilitado la entrega de tamaño regalo. Si no, ¡para qué demonios iba a existir Dios!
—Habla de nuevo con ellos y que estudien el cerebro y su estado de ánimo. No sé, el trato, papá. Lo mismo es cuestión de un psiquiatra.
—Llevas toda la razón. No se me había ocurrido. Eso es lo que necesita tu madre. Apoyo psicológico. Como siempre, das en la diana. ¡Qué feliz me haces!
En cuanto salió María del despacho, él empezó a gimotear como un niño pequeño, sin ningún consuelo. Rebeca estaba físicamente perfecta pero…
María salió a dar una vuelta. Ya había caído el sol y el tiempo era suave y fresco. A finales de febrero, en la costa, se tiene un clima paradisíaco: ni frío ni calor. Sinceramente, yo prefiero otra temperatura más alta, mucho más sofocante. Se dirigió hacia la playa. Buscaba esa mirada al infinito que recoge cualquier lamento. El mar es el bálsamo perfecto: soledad, tranquilidad, concentración, profundidad… Esa cadencia, esos colores y olores, esa brisa… En vez de ir por el paseo que circunda la carretera, atajó por el caminillo de tierra que atravesaba los cañaverales. Así no se retrasaría demasiado.
La fortuna llamó a mi puerta: dos hombres de aspecto desaliñado merodeaban entre las cañas. Habían robado en un huerto alguna fruta y se dirigían hacia la playa por si encontraban algún desecho. Uno de ellos oyó pasos. Alertó al otro con un gesto. Entre las varas vieron que se trataba de una muchacha: una presa fácil y divertida. Sin que se diera cuenta de nada, uno se puso delante tapándole el camino, y otro detrás negándole la huida. Le pidieron dinero. Ella no llevaba. Le dijeron que no se iba a ir de rositas. La sujetaron y le pusieron un pañuelo de mordaza para silenciar sus gritos. La empujaron a unos trece metros del caminillo y, agazapados y bien ocultos en la cañada, la desnudaron y la violaron.
Allí, sola, se quedó ultrajada y dolorida en lo más profundo de su ser. Se puso las maltrechas ropas y se fue a casa. No sabía si contárselo a su padre. Simplemente, sentía miedo y un asco atroz. Ya era tarde y sin remedio, ahora lo de menos eran las advertencias de sus padres: “¡No vayas sola a la playa por el caminillo, María!”, que resonaban en su cabeza como una campana rota y desafinada. Qué sencillo es sentirse culpable.
Llegó y, sin ser vista, se metió en la ducha un buen rato. Se quería quitar toda la porquería que traía encima. Con los fuertes restregones de la esponja no podía limpiar la suciedad que inundaba su corazón. Los ojos no dejaban de destilar lágrimas de angustia, de rabia, de desprecio…
Sólo me aproveché de esta circunstancia. Yo no tuve nada que ver. Los trece metros de distancia hasta el caminillo también forman parte del azar. Por un momento, notaba que corría viento favorable: María estaba embarazada. Me servían el miembro número trece en bandeja. Sólo tenía que esperar a que ella se diera cuenta y colarme en una ausencia, ofrecerle un buen trato y dar tiempo al tiempo. A mí, es de lo que más me sobra.
En casa no advirtieron nada. Ni la madre estaba para eso, ni el padre tenía la sensibilidad para notar este dolor, que por su parte, ella disimulaba. La confusión y el desánimo por lo que padecía Rebeca le servían de tapadera. Su hermano no alcanzaba la madurez suficiente para captar estas cosas, ni tan siquiera para ser un fiel confidente ni, mucho menos, un almohadón enjuga-lágrimas.
Tampoco Gabriel pudo sonsacarle nada. Insistió en muchas ocasiones. Le dijo que estaba muy extraña, triste, desanimada. Hasta llegó a pensar que era por su culpa; que había metido la pata en algo, que no estaba a su altura. Incluso, apuntó a una recaída de Rebeca. Pero María lo negaba todo. Traslucía una tristeza descomunal; tanta, que parecía una mentirosa descarada y compulsiva.
Entre ellos se enfrió la relación porque María no encontraba consuelo. Al mantener el secreto no podía desahogarse con nadie y todo tenía que digerirlo ella sola. ¡Era mucho dolor para tan tierna criatura!
Gabriel fue poco a poco, con mucha paciencia, dejando que se sincerara. Él sabía que algo grave pasaba, además, sufría por los dos. Pensó que con el tiempo se solucionaría, y que, a pesar de encontrarse incómodo, debía estar más cerca que nunca, de María.
Pasadas unas semanas, María, entre otros grandes pesares, sentía náuseas y vómitos esporádicos. Internamente algo se había transmutado. No dudó, se pensó lo peor. Se dirigió a la farmacia y, esperando que quedara vacía de clientes, entró. Pidió una prueba de embarazo aduciendo que era para su madre. El mancebo se la vendió con una sonrisa maliciosa.
Corrió para casa. Se metió en el baño y esperó el resultado. Cuando había pasado el tiempo prescrito en el prospecto, que había mal leído toda nerviosa, miró el resultado con los ojos cerrados: no quería verlo, en el último instante se acobardó. Apretó los dientes, casi suspiró un ¡Dios mío! suplicando intercesión.
Relajó los párpados, abrió los ojos y contempló el positivo. No había ninguna duda. Ese negro pensamiento que nos dice con voz trémula “lo sabía” ablandó y enturbió la mirada fija a la señal rosa del test.
Ahora, me tocaba mover ficha. Otra insignificante pérdida de control, un pequeño síncope y el trato encima de la mesa: desaparece el embarazo en un abrir y cerrar de ojos, si tú aceptas ser mi número trece con todas las consecuencias. Así fue y así quedó sellado con la marca de la casa: ese 666 inscrito en un triángulo regular. El trece de marzo, el dedo pulgar de la mano siniestra se enrojecía un poquito, tomando un tono bermellón más ígneo que el rosa pálido del reactivo de la prueba.
Todo el plan estaba, ahora sí, definitivamente en marcha. Mi presentimiento era inmejorable. Los atavíos para la batalla eran de primera calidad. Mi legión estaba bien pertrechada ¡Creced y multiplicaos! Su misión, conquistar almas y, finalmente, asaltar al mismísimo Dios.
Mis superiores no tendrían queja de mí, yo ascendería, mejor dicho, bajaría algún peldaño para estar más cerca de mi Señor. Si Dios tiene coros celestiales, nosotros tenemos cavernas infernales en el abismo. Una perfecta simetría que, al fin, podríamos aniquilar

XII. El silencio comunica desconfianza
Llegó el pleito a los tribunales de justicia. Se exigía una recolocación en la empresa con los mismos derechos o una indemnización acorde a los años trabajados en Mansa. Se llegó, después de múltiples reuniones, a un acuerdo respecto a la compensación económica.
Carlos no quería esta solución, pero no le quedaba otra. Intuía que era obra de Hugo. Por su cuenta, seguiría investigando la cuestión de la paralizada fusión. Quizá, en la competencia, precisamente en Plaker S.A., podría encontrar trabajo y respuestas.
Gabriel y María iban de mal en peor. Para colmo, se entrometía el problema laboral entre los padres: el despido les salpicaba a ellos. No habían tenido mucho tiempo para disfrutar de su enamoramiento, pero todo era improbable ya. La nueva condición de María negaba cualquier posibilidad.
Ella debía intentar una conquista en toda regla, pero no para sí misma, buscando cariñitos y arrumacos, sino para mí, trayéndome el alma de Gabriel en bandeja.
La situación se enrarecía y Gabriel, con todo en contra, no quería dejar de luchar por María. Perseveraba en su amor por ella.
Los adeptos inseminados, con el paso del tiempo, se van animalizando. De forma paulatina, van dejando de ser personas desde el punto de vista espiritual. Ese adormecimiento del alma se suplanta con poderes de la animalidad: anticipación, velocidad, vista, olfato, fuerza… Todas las especializaciones animales están a su alcance. El hombre como tal es el animal físicamente más incapacitado, por eso no es propiamente de este reino. Su ventaja es mental. Pero al compaginarla con sentimiento y voluntad, se produce una disputa interna difícil de librar. Esto hace que el ser humano sea tan impredecible: unas vence el pensamiento, otras el sentimiento o la voluntad. Si hacemos las múltiples combinaciones de estas tres capacidades del alma y lo multiplicamos por el efecto del entorno, llegamos a millones y millones de posibilidades.
Los animales pueden tener una especificidad concreta insuperable, pero son predecibles. Por eso, el hombre es capaz de domesticarlos tarde o temprano. Distinto es competir contra la misma capacidad: un hombre nunca podrá tener la fuerza de un elefante, pero sí puede utilizarla a su favor; nunca podrá oler como un sabueso, pero sí llevarlo de caza; nunca volar como un pájaro, pero sí imitarlo para construir aviones…
Para María, el cambio aún era inapreciable; sin embargo, su padre llevaba muchos días que no utilizaba gafas ni para conducir; que oía las conversaciones de los empleados hasta separado por las paredes; que se movía con una agilidad propia de otras edades; que no se cansaba como antes; que… Una interminable lista de destrezas se desplegaba a su disposición. Esto, naturalmente facilitaba el plan que tenía encomendado. Tanto por adquisición de poderes como por anestesia de compasión hacia sus congéneres, se convertía en mi mejor estilete infernal.
También, por las calles, apreció algo inevitable: los animales con los que se cruzaba se acobardaban ante él. Sus gestos de sumisión, gruñidos, gemidos, orejas gachas y rabos entre las piernas, se convertían en mensajes de reconocimiento de que era el nuevo líder de sus respectivas manadas.
Una vez, mientras terminaba de hacerse a sus nuevas dotes, desafió a un perro a cruzar la calle cuando pasaba una bicicleta. Miró al canino fijamente a los ojos y lo conminó con el pensamiento a que saltara. En ese mismo instante, brincó hacia la calzada provocando la caída del ciclista. No sintió ningún remordimiento, más bien al contrario, se alegró de poseer la obediencia ciega del perro.
Esto le abría multitud de posibilidades. Empezaba a ver cantidades innumerables, miríadas y miríadas de valiosos aliados para su misión.
Al llegar a casa y contemplar a María, reconoció que era de sus huestes. Experimentó “alegría” como buen pupilo del Maligno. En ese preciso momento dejaba de verla como a su hija. En su interior, era una más de la camarilla.
Después, sin excesivo empeño, se preguntó que cómo podría haber sucedido. Quizá con un poco de tiempo lo averiguaría o, tal vez, María se lo contara, ya que el control que ella se empeñaba en mantener sobre su conciencia era cada vez más difícil y resbaladizo.
Ese vacío entre María y Gabriel se fue llenando de frialdad por parte de ella, y de desesperanza por la de él. Este incipiente y tierno noviazgo estaba a punto de sucumbir, de perecer irremediablemente.
XIII. Los enemigos velan armas
Si no hay sacrificio, no hay satisfacción. ¡Qué verdad tan inmensa! Si no hay lucha, entrega, esfuerzo, no hay victoria ni recompensa que se precie.
El Bien, además de sus poderes sobrenaturales, tiene una manera especial de contrarrestar nuestros esfuerzos. Sus ángeles animan a las personas limpias de corazón a luchar contra nuestra facción. Después de elegir sus candidatos, tienen que superar la prueba de adoctrinamiento, que consiste en hacer el bien a un enemigo. ¡Tiene narices! Qué repipis y qué redichos son. Menudos “mírame y no me toques” estos celestiales. Pues bien, para colmo, ¡me cogen a Gabriel! Ya notaba yo que las cosas iban demasiado favorables. Por eso, reniego de las casualidades. Seguro que el Divino lleva algo entre sus “puras” manos, no juega limpio.
Toda pintiparada, la situación a medida —a huevo diría yo—: varios años de envidia recocida de Luis hacia Gabriel, y se presenta, ni corto ni perezoso, un día en su casa para pedirle consejo.
—Hola, ¿está Gabriel?
—Sí, pasa. Está en su cuarto…, me parece. Voy a llamarlo —fue Eva en busca de Gabriel mientras Luis se quedaba en la entrada de la casa.
—Hola. ¿Qué tal, Luis? Pero pasa y siéntate, hombre —le dijo Gabriel a la par que le indicaba con el brazo que pasara al salón.
—Oye, no sé como decírtelo, pero necesito tu ayuda. Yo sé que a veces hemos tenido algún encontronazo, pero no sé a quién recurrir.
—No te preocupes, di lo que tengas que decir y ya está. Somos compañeros.
—Ya. Pero…, por eso mismo, no sabes la cantidad de veces que me lo he pensado.
—Venga, Luis —no quiso hacerlo sentirse peor y lo animaba a que expusiera lo que lo traía tan preocupado.
—Yo admito que eres el mejor de toda la clase. ¡Qué digo!, de todo el Playa Sur. Por eso quiero que me ayudes a finalizar el proyecto de matemáticas. Me metí en un berenjenal y, como es original y secreto hasta la presentación, no puedo decirle nada a don José Antonio. Recuerda que debe adaptarse a nuestras posibilidades, pero yo he intentando superarlas. Y ya no tengo tiempo de empezar otro nuevo proyecto que merezca la pena.
—No te agobies. Si puedo ayudarte lo haré. ¿De qué se trata?
—Es sobre redes sociales. Relaciones entre personas, jerarquías, prioridades. Lleva una parte, relativamente cómoda, que se resuelve con matrices, que son como tablas numéricas, pero que permiten operarse entre ellas. Después estuve hojeando un artículo de una revista de matemáticas, documentándome en la biblioteca, y aparecieron los fractales. Aquí es donde me he atrancado. Esto, posiblemente, no lo estudiemos ni en bachiller.
—Ahora mismo, no sé muy bien qué me dices. Las matrices me suenan, pero los fractales no. Yo investigaré en relación a lo que me has dicho, y ten por seguro que te ayudaré en lo que pueda —le mintió respecto a los fractales, porque había visto dibujos y propiedades sobre ellos. Lo hizo por agradar a Luis, para que no se sintiera inferior.
—Te dejo una copia de lo que he trabajado y tú lo miras.
—Mejor, así me centro más en qué quieres exactamente. Insisto, no te preocupes, nadie va a saber esto. Te prometo que queda entre nosotros.
Acompañó a Luis a la puerta y lo despidió. Se puso a leer lo que le había dejado. Tomó nota de algunos fallos y se puso a buscar información en la red sobre fractales; deseaba arreglarle el proyecto. Debía tamizar bien la información para hacerla legible y comprensible a su compañero. Con el cociente intelectual de Gabriel no es fácil estar a su altura ni subido en una escalera. ¡Qué máquina!
No son la legión de los santos ni los coros celestiales con sus ángeles, arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominaciones, tronos, querubines y serafines, la virgen, con sus innumerables advocaciones, y la Santísima Trinidad los únicos adversarios. Además, están los guerrilleros de a pie. Esos que ayudan al enemigo, los que se ponen a servir al que los humilla, los que dan todo lo que tienen al necesitado, los que se recitan en las bienaventuranzas y demás escrituras sagradas, los que ponen la otra mejilla… Esos que siguen a Cristo, conozcan o no su evangelio al dedillo, ¡todos esos son mis enemigos! Fortalecen su espíritu y son capaces de extinguir al más experimentado de mis guerreros. La razón es muy simple: en su fortalecimiento espiritual, se hacen invulnerables a las tentaciones, y cierran la posibilidad de conquistarlos. Sólo nos queda la aniquilación, la muerte. Pero ésta no da el resultado requerido, puesto que la categoría del asesinado se eleva y pasa a engrosar, como mínimo, la escuadra de los mártires. Por tanto, nuestra tarea es impedir que se espiritualicen ayudando al prójimo.
De todas formas, estas no son las únicas complicaciones, sobre todo, con los practicantes religiosos. Ya decía un padre de la iglesia que “Las flores se marchitan, las lágrimas se evaporan, pero la oración perdura”. Así es Gabriel, que reza a todas horas, ora y ora hasta que nos deja inoperantes contra él: meros inútiles diablillos, que no sirven ni para asustar a los niños que no quieren comer.
Después de varias sesiones de trabajo dedicadas a los fractales, consiguió establecer la correspondencia necesaria para implementarlos en las redes sociales y que fuese practicable para Luis. Le mandó un correo electrónico para que se tranquilizase, indicándole que al día siguiente le llevaría el material a clase. Luis, le contestó que preferiría ir a su casa a recogerlo para evitar que alguien sospechase. No puso impedimento, se volvieron a ver y se lo dio.
—Eres muy buena persona. Con lo que he pensado de ti miles de veces. ¡Soy una sanguijuela!
—Mira, Luis, ni tú eres una sanguijuela ni yo soy un santo. Lee con tranquilidad el apunte que te he hecho. Creo que está claro. Si no te gusta o no te parece adecuado, me lo dices y volvemos a revisarlo. Te digo una cosa: me siento feliz de poderte ayudar. Deseo que nos tratemos como hacemos en este momento. Admirándonos uno a otro, sin envidias ni malos rollos. Gracias por recurrir a mí.
—Eres incorregible, Gabriel. ¡Tendré que darte yo las gracias a ti! ¿No crees?
En pleno fragor de la batalla, me enfrentaba a un contrincante llamado a ser un héroe. A uno de esos que no admiten derrota. A uno de los verdaderos cristianos de la humanidad: un auténtico hijo de Cristo.
Lo que no tenía que pasar, ¡maldita fatalidad!, pasó. Al encontrarse estos días en clase, María y Gabriel se comportaban de manera muy diferente. Él pretendía verla, porque, después de las últimas semanas, notaba que la relación se perdía sin saber por qué. Ella, todo lo contrario, lo esquivaba de forma inteligente para que no se notara. De forma velada, se mezclaba entre los compañeros para escabullirse. Un día, ante la inagotable persistencia de Gabriel, fue inexcusable el encuentro.
—Perdona, María. ¿Podríamos vernos esta tarde? Quiero decirte algo importante.
Él pretendía declararse abiertamente, sin ambages. Él la quería con toda su alma y no podía esperar a que la situación se deteriorase más. Lo de su padre se había medio arreglado con la indemnización, y lo de la madre de María, con el tiempo, se subsanaría también. Esta era su gran oportunidad. Además, quedarse quieto lo estaba destrozando por dentro, y contemporizar agravaría aún más las circunstancias. Cogía el tren o lo dejaba escapar. Descartó ver pasar el tiempo.
—Mira, es que tengo que ir con mi padre al médico, mi madre ya sabes que…
—María, es muy importante. Sólo te pido diez minutos. ¡Por favor!
—Vale. Te espero en casa sobre las cinco.
María tenía los sentimientos revueltos aunque con el paso de los días se decantaban hacia su nueva misión. Su transformación diabólica hacía que perdiera las buenas emociones que albergaba en su corazón; le impedía realizar acciones piadosas, y se debía, obediente y sumisa, al Maligno. Además, por la condición particular de Gabriel, el choque de personalidades era brutal: un ángel contra un demonio.
Ella ya lo intuía, pero él, no era en absoluto consciente. Por eso, en estos días, lo rehuía cada vez más, pero su creciente desapego por él, debido a su animalidad progresiva, se topaba con la invulnerabilidad de Gabriel, como inmaculado súbdito del Bien. Eran como agua y aceite, condenados a separarse. La repulsión total hacia él la asumió cuando lo reconoció como ángel del Bien: ya no había vuelta atrás; el combate había empezado.
Con puntualidad extrema llegó a casa de María. Y, casi sin decir hola, expuso, tras múltiples ensayos, su determinación.
—Yo quiero salir contigo. Que estemos juntos. Te amo.
—No te precipites. Lo nuestro va bien así.
—Iba bien, María. Pero unos días después de lo de tu madre todo ha cambiado. Yo lo entiendo, y quiero que sepas, sin ninguna duda, que estoy a tu lado.
—Tengo muchos problemas y no quiero pensar en ninguno más.
Hizo un gesto desairado y brusco con la mano izquierda, separándose de Gabriel y rechazándolo sin miramientos. Tenía el brazo como embozo de su rostro, la cabeza hacia abajo, mirando de reojo el suelo. Entonces, él observó con extrañeza una marca rara en su pulgar.
—Qué tienes ahí. ¿Te has quemado? Pero, a ver, parece que el dibujo insinúa un triángulo... —ella, velozmente retiró la mano y aulló, tan profundo como un lobo.
—¡Quita! ¡No me toques! —Gabriel, estremecido, oía la voz cada vez más cascada y ronca. A cada segundo que estaba con él, María soportaba más sufrimiento. La yema del dedo le ardía y la quemazón se hacía insoportable. Un pequeño hilo de humo manaba de su dedo.
De repente, después de varias convulsiones frenéticas, como si sufriera un monstruoso espasmo, echó una arcada de bilis sobre Gabriel y empezó a bramar, toda ella poseída por el diablo. Taladraban del tímpano al talón de Gabriel esos guturales alaridos, que parecían provenientes de ultratumba, del mismísimo averno. Él, sin tiempo de reacción, se aterró súbito, y, sobrecogido, aguantó heroico la espantosa situación. La quería tanto que su amor le impedía abandonarla.
Los ojos estaban vueltos, níveos refulgentes, y los espumarajos no dejaban de brotar de su ennegrecida boca. Era una posesión de respuesta instintiva, de autodefensa por el dolor que provoca la cercanía de un ángel. El amor que sentía Gabriel hacia María, en este estado de alienación, exacerbaba su padecimiento. Los gruñidos y esputos no cesaban de producirse. Él, sin saber por qué, se encomendó a su fe.
El padre, que trabajaba en el despacho, acudió raudo al salón en defensa de María. Pero la fatalidad quiso que se encontrara a Gabriel, crucifijo en mano, impávido, interponiéndose en su camino. Su reflejo fue coger con gran amor la cruz de su cadena. Mostraba el crucifijo, delante de su pecho, con firme templanza y gran fe, y rezaba, en voz alta, el Padre Nuestro: “¡Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén!”—, que hizo que los espíritus malignos, instalados en Hugo y María, saliesen pulverizados como si lo hubiese ordenado el mismísimo Jesucristo. Practicó, sin saberlo, un exorcismo múltiple e inmaculado.
Padre e hija quedaron desparramados por el suelo, en un sueño profundo. En el mismo instante, Rebeca expiraba en su habitación. Su último aliento cristalizó una de sus mejores y dulces sonrisas.
La fe de Gabriel y su amor por María aniquilaron mi minucioso plan. Tuvo que aparecer otro salvador como sor Trinidad, la anterior bienhechora.
En esta era todo había empezado escrupulosamente medido, ahora, se veía derrumbado como un enclenque castillo de naipes. No importa el tiempo, ni la cantidad ni la extensión, sólo la calidad: la asunción de la auténtica fe.
Cuando se despertaron, medio mareados y nauseabundos, no recordaban casi nada de lo sucedido. Estaban aturdidos y muy cansados.
Pedro, al oír los descomunales chillidos, acudió al salón y presenció parte de la macabra escena. Comprendió, a pesar de sus cortos años, que Gabriel había hecho algo bueno por ellos.
Pasada la conmoción, María se abrazó a Gabriel cuando lo despidió en la puerta.
El alma que habíamos arrebatado a Dios, para servirnos de ella, descansaba ya en paz. Una desesperación inundó la casa al contemplar a Rebeca muerta. La suave mueca de su rostro, mostraba una muerte plácida y nada dolorosa. Los tres, frente al cadáver, lloraban amargamente su pérdida. En ese instante, y sin pretenderlo, Hugo reparó en su pulgar, y apreció que había desaparecido la señal. Rápidamente, se acercó a María y contempló la yema de su dedo totalmente limpia. La apartó de su hermano un momento, y le contó lo que había pasado con su madre después del accidente. Aunque no llegó a aclararle que lo hizo pensando en él, por su viudedad: ni por Rebeca ni por la orfandad de sus hijos. Más tarde, apocada y triste, ella le dijo a su padre lo acontecido en el caminillo de la playa.
Gracias a Gabriel se habían salvado. A mí, me condenaban a sumar otro estrepitoso fracaso.
El resto de inseminados van perdiendo su poder al cristianizar a su insigne, por ello, su elección debe ser extremada y minuciosa, aunque nunca está el éxito garantizado. Sinceramente, creo que jamás lo estará.
Durante el entierro de Rebeca, en el cementerio —¡que no hay quién entre con tantas cruces!—, cuando ya la habían sepultado y dado los pésames y condolencias a la familia, se sinceró Hugo ante Carlos.
—Perdóname, Carlos. Yo sé que mi carácter no es para hacer amigos; pero una cosa es que yo sea hosco, o estúpido si quieres, y otra muy distinta es ser un desalmado sin escrúpulos. Necesito que me perdones, yo no puedo seguir siendo así. Tengo que cambiar. Tu hijo nos ha devuelto la paz. Gracias, muchas gracias —decía llorando.
—No te preocupes ahora de eso. Piensa en tus hijos, que bastante tienes con la pérdida de Rebeca. Si necesitas cualquier cosa, estamos a tu disposición.
—Gracias de nuevo. Te prometo que haré todo lo posible para tu incorporación en Mansa. Además, estudiaremos la fusión y te propondré como consejero en la nueva administración. No es por despecho ni compensación, Carlos, te lo mereces: eres un ejemplo para la empresa.
María salía del cementerio acompañada de Gabriel. Iban unos metros por delante de Hugo, que llevaba a Pedro cogido de la mano. Ella le insistía a Gabriel en el dolor que sentía por la muerte de su madre. También se atrevió a decirle que él era lo mejor que le había pasado en su vida, y quería contestarle que sí, que estaba deseando salir con él. Aunque debía contarle por qué se había transformado, porque no podía comprometerse silenciando el infame asunto que sufrió en la vereda de la playa. Ya no se sentía culpable en absoluto, pero sí ultrajada y utilizada para un sacrílego fin. Gabriel no le pedía explicaciones, mas ella se las dio. Pensaba que no podía comenzar una relación sincera con un secreto tan abominable como ése.
Post scríptum:
Me he quedado dormido, pidiendo que venga la muerte; derramando poco a poco esta sangre negra de diablo, de mal aprendiz de Belcebú, porque no llego a la altura de lo que se me demanda.
Como cobarde que soy por esencia, me retiro, y me suicido con veleidoso placer. No quiero volver a iniciar ninguna lucha aunque que me concediesen tal privilegio. ¡Ahora, decido yo!
Estamos en el año 2675, justo cuando va a empezar la próxima época. Unos 666 años después del “accidente” de Rebeca, una víctima más de este demonio desdichado.
Brindo por los que me seguirán y por sus éxitos; por las tinieblas y por el Maligno, que tenga a bien perdonarme. ¡Qué tontería!, que me comprenda…
Yo fui vencido en mi debut por Jesucristo y, en varias ocasiones, por la humanidad. Habrá otra ocasión más propicia, lo dicen las Escrituras, pero yo sé que no la lideraré. ¡Al diablo!
Firmado por el primer demonio de la era cristiana.

Juan Sánchez Shakelwinton

05 julio 2011

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VI. Gabriel
El compañero de María era hijo de Carlos y Eva. Un matrimonio comprometido, cumplidor y feliz. Conformaban un hogar de verdad: corresponsabilidad y sinceridad; ayuda, respeto, cariño… Resumiendo, amor. En muchos casos se recoge lo que se siembra y éste era uno de ellos. Tanto Gabriel, como su hermano menor Miguel, gozaban de este magnífico ambiente familiar. Una educación exquisita que trasladaban en todas sus manifestaciones. Raro era el día que sonaba una palabra más alta que otra o que un feo gesto terminara una discusión.
La religión también formaba y tenía un lugar preeminente. No sólo practicantes de misa todos los domingos, sino que estaban involucrados con asociaciones de caridad.
Algunas veces me pregunté por qué no comenzar la inseminación por almas de esta clase. Si atacas a alguien bueno y lo vences, tienes más recompensa ante el Maligno que si lo haces con un sinvergüenza. Pero, ¡más se sabe por viejo que por diablo! Y yo sé muy bien lo que digo. Un arrepentimiento supone que la conquista nunca se produjo, que había un resquicio de divinidad dentro de la persona. El desenlace es fatal: todo el ataque se va al garete, la red establecida de corrupción se resquebraja y puedes ir despidiéndote del plan. Por eso tenemos el dicho: “no quiero buenos corderos, que otros vendrán a comer a mis manos”.
Además de todas las excelencias que he comentado, Gabriel era un magnífico estudiante y mejor compañero. Tenía razonamientos sui géneris que sorprendían a profesores y a colegas. Además solían ser clarificadores, no peliagudos y con escasa lógica. Esto provocaba muchas envidias al tiempo que admiración. Recuerdo muchas anécdotas de clase, por ejemplo una reciente cuando estudiaban sucesiones. Uno de los chicos del grupo, Luis, trajo un problema que había rebuscado en libros distintos al que tenían en matemáticas. Su idea era destacar en cualquier oportunidad, porque no soportaba que otros se llevaran los honores. Si, encima, el que sobresalía era Gabriel, entonces se enojaba mucho más. Gabriel era consciente de lo que pasaba por la cabeza de Luis pero procuraba no molestarse demasiado, prefería mantenerse al margen. Concretamente, Luis planteó el siguiente: dada esta serie numérica, hay que encontrar los restantes términos indicando la ley de construcción:
1
11
21
1112
3112
211213
El profesor dio tiempo a que pensaran la sucesión a la vez que él trataba de averiguarlo. Luis tenía la arrogancia por semblante. Como en algunas ocasiones le salía rana el experimento de salir glorioso, le molestaba que se dilataran en la respuesta. La clase terminaba y la campana venía en auxilio de todos, incluido el mismísimo profesor.
—Como es la hora, y el ejercicio de Luis no es sencillo, mañana intentamos resolverlo. ¿Vale? Pensadlo en casa.
—Pero, don José Antonio, eso es mucho tiempo —dijo Luis totalmente defraudado.
—Ya no tenemos margen para verlo en condiciones. ¡Luis, por favor!
En ese mismo momento Gabriel levantó la mano y dirigiéndose a la pizarra cual un espadachín dijo.
—Ya está, es muy fácil. Un uno… dos unos… un uno y un dos… tres unos y un dos… dos unos, un dos y un tres. La siguiente sería 312213.
Nadie terminó de entender cómo se confeccionaba menos una persona, Luis.
En los pasillos comentaban los dos hechos. La capacidad de Gabriel y el cabreo supino de Luis. En un segundo plano quedaba la resolución del problema.
—¡Qué tío, macho! Lo has dejado planchado.
—María, no era mi intención, pero ya sabes cómo se pone Luis conmigo.
—Ya sé que no eres un arrogante. De lo contrario no hablaría contigo.
Simultáneamente le daba un pequeño empujón en el brazo con su hombro tratando de expresarle su admiración y apego.
—¿Te digo una cosa? No lo soportaría.
Cada vez les era más difícil ocultar sus sentimientos. Todos estos roces habituales dejaban en ambos un regusto de placer y de vergüenza disimulada. Estaban a punto de iniciar una relación menos pública, resguardada a los ojos de los demás. Sólo para ellos. Una nueva etapa que dijera adiós al exclusivo compañerismo. Desde luego era el deseo mutuo, pero ninguno se atrevía a dar el primer paso: una por timidez y otro por recato.
El padre de Gabriel, Carlos, trabajaba de ingeniero técnico en Mansa. Tenía de jefe a Hugo. Eva trabajaba de periodista en el diario provincial: escribía una columna de política.
Muy modositos todos. Si la gente fuese así mi jefe pasaría al INEM. Intelectualmente hay que conseguir que la religión derive en ideología. Ésta crea sus nuevos ídolos y liturgia, fanatismo y sectarismo, desde donde es sencillo embaucar a la masa. Así el enfrentamiento sería más cómodo. El campo intelectual es factible. La fe no tiene rival, es inexpugnable. Su único enemigo es ella misma. Es más difícil la objeción moral que la racional.
En otros tiempos, la utilización torticera de la religión creaba monstruos y permitía actuar contra estos personajes. Hoy en día son núcleos muy pequeños los que proliferan. Incluso desacreditados desde su nacimiento por la mayoría de las gentes. Además, tan dispersos y contrarios que, no permitirían una unificación por la causa.
Por otro lado, hay un error extendido en creer que el aumento de ateos y agnósticos favorece mi labor. Éstos se agarran a la ética y moral, que ellos llaman natural, como a un clavo ardiendo. ¡Ingenuos! Desconocen la procedencia real de esa semilla.
Vuelvo a caer en el mismo razonamiento. No queda otra vía por donde atacar. Por eso a Gabriel nunca en mi vida lo hubiera elegido para empezar la inseminación. Ni mucho menos lo desearía como adversario de mis acólitos. La fe mueve montañas, y vaya que si las mueve, maldita…
VII. La nueva vida en casa
No estuvo ni cuarenta y ocho horas en el hospital. Tal fue la recuperación que simplemente le recomendaron reposo y un analgésico. Justo al llegar a casa, cuando se estaba tumbando en la cama, llamaron a la puerta. Era el conductor de la furgoneta que venía a interesarse por Rebeca. Hugo lo despachó rápidamente diciéndole que estaba bien. Que en pocos días se restablecería completamente. Él trató de reconstruirle el accidente:
—No sé lo que ocurrió. De repente el coche se giró sin mover el volante y golpeé a su mujer. ¡Fue brutal! Sinceramente, creía que la había matado.
—¡Tranquilícese!, está bien. No fue para tanto. De todas formas se subió a la acera.
—Sí. Por eso le digo que no lo entiendo. No iba deprisa ni despistado, no sé…
—Bien, me imagino que el seguro se hace cargo de todo y ya está. Sólo le puedo decir que esto no es plato de buen gusto.
—Ya, ya, por eso he venido. A interesarme y disculparme. De verdad que es como si algo extraño hubiera torcido el volante. ¡Yo no lo hice! Se lo juro.
—Vale, vale. A mí no me jure nada. Yo le diré a mi mujer que usted ha venido. Déjeme un teléfono por si hay algún fleco que solventar y…
—Sí, por supuesto. Le doy una tarjeta de la empresa. Tengo un comercio familiar por el centro. Tome. Y gracias por todo. Buenos días y que se mejore.
—Adiós, adiós —dijo cerrando la puerta.
Adiós, so imbécil, pensó cuando empezó a mirar con absoluto desprecio la tarjeta. La tiró encima de un velador del salón.
Subió al dormitorio y encontró a Rebeca dormida. Boca arriba con las manos entrelazadas sobre el tórax. Lo mismo que las esculturas mortuorias. Hasta su semblante era marmóreo y frío como el hielo. Solamente la pequeña veta granate de la nariz contrastaba en la sepulcral estampa. Salió de la habitación y bajó a sentarse en el salón. Hizo una pequeña reconstrucción de lo ocurrido y puso fin al contemplar que todo estaba prácticamente como antes. La normalidad se imponía, y, en todo caso, él correría con el sacrificio que hubiera que hacer. En su interior, casi se convencía de que el pacto lo había firmado por salvar a Rebeca, cuando en verdad lo sellaba por él, justo para no perderla. ¡Valiente crápula egocéntrico! Se miró la mano izquierda y certificó lo que había pensado.
Cogió de nuevo la tarjeta con escasa curiosidad y mucho asco. La contempló:

COMERCIO TEXTIL: “ CORTE NUEVO ”
C/ COMERCIAL, 13. Bajo.
TORREBRISA 32642
Tf: 666 313 999
Dijo: “Se pensará que voy a ir alguna vez a comprarle algo. Ya puedo estar desnudo que no se me ocurre acercarme a esa tienda zarrapastrosa”.
Guardó la tarjeta en un cajoncito que tenía la mesita de apoyo y decidió llamar a la empresa para comunicar la nueva situación: la vuelta a la normalidad. Después se puso a trabajar mientras hacía tiempo a que llegase María. Por cierto, la casualidad de los números de la tarjetita, 13; 3 por 2, 6, 4 más 2; y finalmente ese teléfono, me recuerdan que soy casi perfectamente malévolo, esencialmente perverso.
Cuando María llegó del instituto el padre había preparado una comida de emergencia. Más que elaborar, había pedido unas ensaladas y unos filetes de pechuga con patatas por teléfono. Puso dos mantelitos individuales y los cubiertos. Todo parecía perfecto, salvo la silla vacía donde se sentaba Rebeca.
—Está durmiendo desde que llegamos. Hará unas tres horas. Sí, sobre la una. Debe estar agotada. Ten en cuenta que el golpazo por un lado y el traqueteo en el hospital por otro…
—Ya, papá. Pero el vernos ahora los dos solos, aquí, comiendo, y sabiendo lo que ha pasado, me hace sentir rara. Tú, ¿tú pareces tan normal?
—¡No, hija! Pero si piensas lo que podría haber ocurrido lo entenderás.
—Sí, será eso. Yo veo el momento y tú miras más allá. Papá, ahora necesitaremos que Virginia venga más tiempo a la casa. No sólo para la limpieza, sino para hacer la compra y la comida.
—Veo que te estás convirtiendo en una mujercita. Controlas todo, menuda gobernanta. La verdad es que no había pensado en eso. Tengo tantas ganas de que tu madre se recupere que casi la veo ya llevando el timón. Pero sí, la llamaré y no creo que haya problemas. De hecho, ahora recuerdo que cuando fue al hospital, me dijo que contáramos con ella para lo que hiciera falta. Ya sabes que se lleva muy bien con tu madre y con vosotros.
—Muy bien. Entonces ya está. A ver si cuando vuelva Pedro podemos hablar con mamá. ¡Eh!, la ensalada estaba buena. Incluso la pechuga, pero ¡qué asco de patatas fritas!
—Lo tendré en cuenta la próxima vez. Come algo de fruta, ¿no?
—Espero que no haya próxima vez. No tengo gana.
Se puso a recoger los platos y los metió en el lavavajillas. Hugo se fue a trabajar a su despacho: una sala en la parte delantera de la casa justo a la derecha de la puerta de entrada. María se fue al salón. En un cuarto de hora llegaría Pedro. Casi todo estaba como antes. La diferencia esencial estaba echada en la cama.
VIII. Visita inesperada
Por la tarde de aquel jueves, Rebeca había despertado de su macabro sueño. No se prodigó en absoluto. Se limitó a decir que le dolía la cabeza y que no recordaba nada de lo que había sucedido. La natural convalecencia no alertaba nada impropio. Sus dos hijos la besaron y soltaron alguna lagrimita. Suficiente para tranquilizarse. Sí es cierto que Rebeca no se compadeció en ningún momento, pero esa melancolía inducida por mis artes, pasó desapercibida para ellos. Además, el padre, que tampoco era consciente del nuevo estado de su esposa, alivió la situación apremiando a los niños para que se marcharan y dejaran descansar a su madre.
Adentrándose la tarde, próximas las ocho en punto, llamaron a la puerta. Salió Hugo a abrir, que estaba más próximo.
—Hola. Venía a interesarme por su mujer.
—Hola Gabriel. Qué tal, pasa, pasa —una vez que había entrado en el recibidor, siguió hablando—. Está bien. Se despertó hace un rato y todo va mejor. Está cansada y le duele la cabeza, pero es lógico después de lo que aconteció. Espera, siéntate que voy a avisar a María. Oye, gracias por preocuparte.
En ese momento se alteró la temperatura de su pulgar y le quemó como si tuviese lava en vez de sangre. Comprendió que había expresado un buen sentimiento hacia otra persona ajena a su familia y que lo tenía prohibido.
A los pocos segundos bajó María de su cuarto, cabriolando por las escaleras, hasta que se presentó en el salón. La alegría se reflejaba en María de manera clara y exuberante. Gabriel con media sonrisa le dijo:
—¿Cómo sigue? Dice tu padre que está prácticamente bien.
—Sí. Ha sido un gran susto. Pero parece que se tranquilizan las cosas. Está descansando, se despertó y creo que sigue durmiendo de nuevo.
—Pues estupendo. Verás cómo en pocos días se olvida todo.
—Gracias Gabriel. ¿Quieres tomar algo? Un zumo, un refresco…
—Vale, una cola.
Cuando se dirigían a la cocina Gabriel iba mirando a María y le parecía toda hermosa. No es que en otras ocasiones no hubiera sentido similares sensaciones, pero en ese momento se habían intensificado. Experimentaba un deseo creciente de estar cerca de ella. La veía tan grácil, tan cariñosa, tan guapa… Llenaba todo su corazón.
—Toma. ¿Quieres hielo y limón?
—Atiendes mejor que en la cafetería. ¿No costará esto una pasta? No he traído dinero.
—Calla, tonto. Desde luego… Cuando te pones socarrón eres único.
Apareció Pedro por la cocina.
—Hola. Vengo a beber agua.
—Qué tal, Pedro.
—Bien; terminando el rollo de los deberes. Por cierto, vosotros sabéis cómo se puede cortar una cuerda con las tijeras y que siga quedando un solo trozo. Llevo un rato pensando, y hasta he practicado como dice nuestro profe, pero nada, no lo consigo.
—Pues yo no tengo ni idea. ¿No habrás cogido mal la pregunta? —dijo María.
—Espera un momento. Creo que sé hacerlo. Te voy a decir una cosa: a veces, es mejor empezar al revés. Tráete una de las cuerdas que has utilizado y verás.
Salió corriendo por los utensilios mientras María movía la cabeza indicando incredulidad, pero apreciando esa sutileza, esa velocidad de reacción y, sobre todo, la dulzura con que comunicaba las cosas. La respuesta, una sonrisa complaciente que le mostraba Gabriel; felicidad por poder ayudar a Pedro y, al mismo tiempo, sin él buscarlo, alardeaba delante de María, aunque no lo necesitaba.
—¡Toma, traigo varias! Ten las tijeras.
—Mira, si tú cortas la cuerda por aquí entonces salen dos trozos.
—Eso ya lo he hecho yo —dijo levemente decepcionado.
—¡Impaciente! Escucha lo que te dice —dijo María segura de su explicación.
—No pasa nada. Si hubiera estado unida por ahí, no habría dos trozos.
—¿Quieres decir que si cojo una cuerda en forma de collar…? Claro, así corto y ya está; ¡queda un solo trozo!
—Muy bien, Pedro. Eres un fenómeno —comentó Gabriel. El crío se fue tan contento y entusiasmado que creía que había hecho magia.
—¡Qué buena mano tienes con los críos!
—No. Lo que pasa es que me gusta ayudar a la gente. Te encuentras muy bien, pero en el fondo no lo hago por autosatisfacerme, es por ayudar. Si ves alegría a tu alrededor uno mismo está feliz.
—Un verdadero altruista, ¿no?
—Llámalo como quieras. Pero no me cuesta ningún esfuerzo. Es natural.
—Chico, me tendrás que dar la patente.
—Para qué. ¿No te basta conmigo?
—Ya, es por si me dan gato por liebre.
—No, mujer, yo no te defraudaría nunca. ¿Alguna vez te he fallado?
—No, nunca. ¡Y ni se te ocurra!
Se quedaron mirándose mutuamente a los ojos. Parecían una pareja de viejos amantes que recordaban en un segundo la vida que habían compartido. Un silencio tan preñado de alegría como el candor de un tierno beso. ¡Esas equívocas sonrisas! Ese deseo oculto bajo unos rostros embelesados. No lo digo con asco, pero me resultaba una estampa muy empalagosa.
—Tengo que irme.
—Bueno, te acompaño a la puerta. Quizá deberíamos probar a vernos sin que tenga que ocurrir nada malo.
—Sí, llevas razón. Como nos vemos en el instituto todos los días, pues parece que…
En ese momento salía Hugo del despacho y se encontró con ellos en el zaguán de la entrada.
—Adiós. Ya me voy. Me alegro de que todo haya sido un susto —dijo un poco cortado—. Salude a Rebeca de mi parte.
—Adiós —se quedó Hugo con el “gracias” entre los dientes. Estaba aprendiendo a cumplir su compromiso. Subió a ver a Rebeca.
—Parece ¿qué? —dijo María repitiendo las palabras de Gabriel cuando su padre se había alejado por las escaleras.
—El qué. No sé a qué te refieres.
Sí lo sabía, pero Hugo, sin estar al corriente, le había hecho un favor al aparecer en ese instante. Se hizo el despistado, no por mentir, sino porque no sabría explicarle a María, en ese momento, lo que en su interior sentía por ella a raudales.
—¡Anda, anda!, que tienes más rollo…
Ella apreció el intencionado silencio reflejado en el rostro sonrojado de Gabriel, la expresión de su vergüenza, pero tampoco se atrevió a romperlo.
—Hasta mañana, María. Nos vemos en clase.
—Sí. Oye, que es viernes. ¡Qué bien! Hasta mañana Gabriel.
Observó con deleite cómo caminaba alejándose del portal de la casa. Como Gabriel no había oído cerrarse la puerta, intuía que lo estaba mirando. Se puso un poco nervioso, casi hasta tropezarse, como si lo estuviesen fundiendo con la mirada. Por otro lado, estaba muy contento y orgulloso. Habían avanzado las relaciones con María, y notaba en su corazón que ella también le correspondía. Un día tendría que armarse de valor y decirle que la amaba.
La cuerda de Pedro vino a su memoria y la veía como una guirnalda que se iba embebiendo más y más alrededor de sus cuellos. Tanto, tanto los aproximaba que les incitaba a darse un beso en los labios. Tan real lo imaginaba, que sintió un escalofrío recorriéndole todo el cuerpo. En ese instante, escuchó cerrarse la puerta de la casa y, a la par, sintió abrirse un mundo de esperanza detrás de ella.
IX. Regulación en Mansa
El plan va viento en popa. Todo sigue según lo previsto. Llega el momento de multiplicar los efectos. Destrozar a la mayor cantidad posible de gente. Hugo debe hacer ver al consejo de administración de Mansa, del que es vicepresidente, que es urgente disminuir costes. Tiene que paralizar una fusión prevista con algún informe malintencionado; finalmente, debe provocar un drástico reajuste en la plantilla. En ese proyecto la única salida ha de ser despedir a trece trabajadores. Además, la minuciosidad del informe llega a ofrecer con claridad los puestos prescindibles: nombres y apellidos que deben ir a la calle. ¡Un ahorro de quinientos mil euros por año!, y sin perder productividad. Este plan tumbaría a cualquier otro que se barruntara en busca de viabilidad, no lo rechazaría nadie con dos dedos de conocimiento empresarial. La razón estaba clara: la empresa llevaba varios años sin obtener los beneficios de antaño. Los componentes habían evolucionado de forma vertiginosa, y era necesario desarrollar más técnica y tener menos personal. Al mismo tiempo, era fundamental tener en plantilla superespecialistas, que se venían contratando últimamente con cuentagotas.
La decisión no fue difícil de tomar. Todos votaron a favor menos un consejero que se abstuvo. Contra lo que pueda parecer, con ese gesto animó al resto, ya que su justificación era escrupulosamente sentimental. Dijo que económicamente hablando, el plan de regulación no tenía ningún pero.
Entre los trece trabajadores figuraba don Carlos Segura García, el padre de Gabriel.
La noticia en casa de Gabriel resultó como un tsunami. Removió las entrañas de toda la familia. No podían esperarlo. Llevaba muchos años en Mansa y se había hecho a la idea de que estaría en ella hasta la jubilación. Con cuarenta y cinco años y como estaba el mercado laboral, precisamente en esa franja de edad, se temía lo peor. Tampoco fue capaz de disimular su desesperación aunque lo intentaba. Le había penetrado tanto el dolor que no respiraba a pulmón lleno. La casa se le desmoronaba encima.
Estos damnificados empiezan a transmitir la maldad por doquier. Con su catastrófica situación y un empujoncito de mi parte, comienzan a reclutar mi ejército de guerrilleros: transformados en íncubos y súcubos inseminan el mal por toda la capa del planeta. Peleando para mí; bueno, para el Maligno. Mi insignia, don Hugo Sánchez Martínez.
Es cuestión de tentarlos con dinero fácil, chollos o chicharros bursátiles para que formalmente se impregnen de nuestra divisa. Un hierro que reposa candente en la sima más profunda del averno. Un 666 equilátero que huele a azufre y a carne quemada. Un olor que me estremece de placer y que perfumaba mis planes de éxito. ¡Parece que anda suelto Satanás!
El único de los trece que no me dejó trabajar fue Carlos. Tanta moralidad en su fuero interno me repelía como una barrera hecha de tela metálica electrificada. Cuando pienso en la cantidad de adversarios y en su calidad, me siento pequeño. ¡Menos mal que el Mal corre como un reguero de pólvora! Se extiende de manera exponencial con base trece. Por eso me faltaba un componente para completar la trecena primigenia de esta época: María.
Por dejar las cosas claras, quiero mencionar, que la insistencia en el trece no es del Maligno, ni de la mala suerte como se piensa. Desde el principio, en el plan divino, se dice que Jesús se acompañaría de doce apóstoles. Y que desde ese momento la salvación quedaba en manos de los seres humanos que se acercaran a las doctrinas y a los evangelios. Antes de la venida de Jesús, con la caída del Edén, teníamos otorgada la victoria nosotros: las tinieblas. La mácula de Eva y la aquiescencia de Adán habían sido nuestros mejores aliados. Todo sea dicho, tras un fenomenal trabajo del Maligno. Por eso Dios envió a su Hijo, para revertir la situación. Cada éxito que logramos lo convierte en un mayor fracaso. Por eso deduzco que se ríe de nosotros.
Pero Carlos alimentándose de su ofuscación, del mal trago que estaba padeciendo, no se conformó con arrebatarme mi decimotercer miembro. Después de unos días de encajar el golpe, ideó un estudio sobre el plan que había defendido Hugo en el consejo. Si todo estaba perdido, por lo menos que el despido fuese con una indemnización digna. Interpondría una demanda laboral a la empresa de su alma.
—Eva, te lo digo en serio. Me pagan hasta el último céntimo. Si no, los demando a Trabajo.
—No creo que os traten tan mal. Algunos lleváis muchos años.
—Mira, las cosas no están para tirar cohetes. Esto ha sido muy artificial. Ninguna empresa del ramo ha incrementado beneficios significativos en este quinquenio. No puede venir de esa hipótesis todo lo que se ha desencadenado después. Son ideas del siglo pasado. Que si la evolución técnica relega a la mano de obra, que si hay que contratar especialistas… Pues claro, es necesario contratar savia nueva que evolucione los sistemas y técnicas, pero para hacerlos convivir con los procesos anteriores, que modificándose buscan su optimización. Y no podrás negarme que la experiencia juega un papel crucial en la vida de una empresa.
—Te comprendo y te apoyo en lo que tú decidas. Técnicamente poco te puedo ofrecer, corazón; pero todo lo demás lo tienes. No te preocupes que la prensa seguirá la noticia.
—Además, el resto de afectados están como alelados. ¡Parece que les han hecho un favor! Solamente uno estaba casi en la jubilación. Pase que lo acoja de otra forma, pero a los demás, no los entiendo. Algo huele mal. Hasta la fusión, que parecía inminente, se ha abortado, cuando los informes indicaban, según nos decían, que era la oportunidad para adueñarnos del veinte por ciento de la cuota de mercado. ¡Eso es una millonada en facturación!
—Te repito que estoy contigo. Estúdialo y haz lo que creas conveniente.
Un garbanzo en el zapato empezaba a molestarme. Debía procurar que no fuera a mayores, pero mis armas tienen un límite. Si no hay tentación no puedo triunfar. Por ello, debo elegir muy bien a mis víctimas. Cada 666 años puedo forzar una situación, precipitar acontecimientos, concatenar circunstancias para provocar una decisión o un hecho. Esa carta ya la había jugado con el conductor de la furgoneta. La partida ya está en juego. Sólo me queda solucionar la adhesión de María para que los trece trabajen al unísono. Completar una auténtica piña de hermosa ponzoña.


CONTINUARÁ.....